Una reunión

de artistas de gran talento

Delphine Thierry

Una Calipso contemporánea que recorre las montañas provenzales de los Maures y del Estérel para recoger las plantas que usa en sus decocciones. Coronada con mirto y rosas como Erato, la musa de la poesía, Delphine escucha los murmullos de su tierra bañada por el sol. Pero su Ulises nunca se fue: sigue vigilante en el taller que se esconde en un jardín encantado, en el que ella mezcla especias raras y bálsamos preciosos. Suele sentarse a contemplar el paisaje, en silencio y entre sueños, desde la cresta rocosa que domina el indomable río Siagne. Y cuando el sol cae sobre el monte bajo, disfruta con fruición del delicado aroma del tomillo, la lavanda, la salvia y la mejorana.

Olivia Giacobetti

Olivia Giacobetti, hija del sol y del mar, se retira en ocasiones a una isla en los confines de la Tierra, cuyo nombre no conoce nadie. Su padre era fotógrafo y cuando de niña lo acompañaba en sus viajes por todo el mundo, se dedicaba a buscar los bloques de ámbar gris que a veces deja el mar en la orilla. Muchas de esas veces, terminaba recogiendo maderas que flotaban en él.
Nacida en un pueblecito corso, comparte con la mítica Circe su carácter isleño y anhela encontrar edenes ocultos, refugios de paz que la revitalizan y le devuelven su armonía interior. Después regresa al mundo, con la mirada ámbar iluminada por el brillo de un nuevo horizonte, el misterio de un nuevo encanto y la receta de un nuevo elixir anotada en un trozo de papel cualquiera.

Thomas Fontaine

Sale con las primeras luces del alba a pasear por los bosques de su Sologne natal, en busca de los sortilegios de esta tierra de magia y adivinación. Thomas Fontaine es un arquitecto de las fragancias, a imagen del erudito egipcio Imhotep. Las modela poco a poco, con la misma cadencia con la que construían las catedrales medievales sus ancestros, los canteros del Berry.
Con el trabajo minucioso de quien busca equilibrios perfectos y sutiles armonías, mezcla sus filtros infundiéndoles luz y color. Lejos de procedimientos estériles y florituras superfluas, sigue el ejemplo de los maestros de antaño y sueña fragancias para la eternidad.

Serge Mansau

Serge Mansau, al igual que Hefesto, dios griego del fuego y los volcanes, era artesano del material más imprevisible que habita el planeta, el vidrio. Su dominio sobre él era mágico. Por ello, desde muy temprana edad, creó frascos de perfume para casas como la nuestra. Su arte también se inspiraba en la naturaleza. Las hojas y ramas que recogía a lo largo de sus paseos a campo traviesa se transformaban, gracias a sus habilidosas manos, en universos fantásticos, donde fragmentos de cristal aportaban, a veces, una luz extraña de gemas cósmicas. Las grandes esculturas primitivas que alzó en aquel momento, son hoy testigos mudos e inmóviles de sus peregrinaciones oníricas.